"Ilé Eroriak volvió la cabeza. Allí de entre la bruma, por la parte que unía el camino de cemento al puerto, avanzaba una silueta espigada y lenta. Los azules ojos de Ilé Eroriak la contemplaron. Era esbelta, con las piernas desnudas y doradas, a pesar del frío del atardecer. La brisa jugaba con la falda de su vestido. Cuando llegó a su lado, el chico tuvo que apartarse para que no tropezara con él. Ilé la miró fijamente, vio su cabeza alta, su frente sombría. Nadie más que Ilé eroriak hubiera adivinado su temblor en aquellos instantes. (...)
Empezó a llover muy débilmente, y Zazu llegó al borde del mar, donde acababa el paseo del faro. Había allí un banco de piedra y la muchacha se detuvo. Como tantas veces, en el atardecer húmedo y gris, Zazu iba hasta el fin del camino del faro. Por alguna oscura razón que ella no sabía, que ella casi no se atrevía a presentir. Dentro de su corazón mil galopes la empujaban al confín del paseo, como al confín de su estrecho mundo. Era el mismo sentimiento que otras veces la hizo abandonar aquel lugar, como en una huida llena de terror.
Zazu se detuvo frente a las olas, mirando lejanamente. Una gran soledad se ceñía enteramente a ella. Era en aquellos momentos cuando Zazu se sabía sola. Sola y pequeña, extrañamente débil y pequeña, avanzando por entre las casas de la población mezquina y gris. Zazu se veía avanzar menuda, niña, escondiendo las manos a la espalda. Había un largo túnel en su vida. Un largo túnel del que huían los pájaros, como gritos breves y agudos, como negros gritos disparados igual que salpicaduras de tinta."
"Pequeño teatro", de Ana María Matute
A Ángeles le gusta mucho Ana Maria Matute y a mí me parece preciosa la foto. En conjunto es todo muy poético.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias, Enrique. Es uno de mis sitios preferidos de Mataró y no pude evitar recordarlo al leer este fragmento tan mágico.
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